IMPROVISANDO
En la secuencia que estamos rodando se supone que irrumpo en una cabaña de una plantación de tabaco en decadencia y descubro que un amigo de la infancia, al que hace veinte años que no he visto, se ha ahorcado. La interpretación del “amigo” corre a cargo de un maniquí, al que se han hecho unos retoques: el cuello roto, unos globos oculares a punto de salir disparados, sangre de trucaje en la comisura de los labios, el cuerpo hinchado y una piel blanca como la leche. Cualquiera se da cuenta de que es un maniquí. No engañaría ni a un perrito faldero. Pero yo debo, como sea, transmitir la sensación de que, en efecto, es mi viejo amigo de la infancia, cuyo rastro perdí hace mucho tiempo. El maniquí no guarda parecido alguno con ninguna persona, viva o muerta, a la que haya conocido. He visto cadáveres, pero no se parecían en absoluto a éste. Los únicos cadáveres que he visto colgados eran de ciervos y faisanes. He presenciado la muerte muchas veces, pero el recuerdo de las personas cuya agonía he asistido no provoca en mí nada parecido a una respuesta adecuada a esta situación. El pesar es distinto del horror. Sé cuál debería ser la reacción de mi personaje, pero sé también que si trato de reproducir esa idea que me ronda por la cabeza, el resultado será exactamente lo que es: una imitación. Opto por no darle más vueltas e improvisar en la primera toma. Sin ensayo alguno; improvisar y ver qué sale.
Irrumpo en la cabaña y descubro el falso cadáver colgado del techo, pero en el momento en que alzo la mirada, la puerta se desprende de las bisagras y me cae en la cabeza. Una desagradable sorpresa. Mientras me recupero del golpe, se me ocurre que, de hecho, tal vez sea una buena manera de enfocar la reacción de personaje ante su descubrimiento. Como si una puerta le golpease en la cabeza. ¿Por qué no? Es lo primero que se me ha ocurrido hasta el momento. En la segunda toma, después de haber recolocado la puerta, lo intento de esa manera. Me dejo llevar.
-¡Sí, sí! –dice le director-. Pero parece una reacción más física que psicológica. ¿Por qué?
-Oh, ¿quieres una reacción “psicológica”? –la pregunto-. No sabía que era eso lo que buscabas.
-Bueno, “psicológica” tal vez no sea la palabra correcta. Pero ya sabes a qué me refiero. Algo relacionado con su tormento.
-Ah, de acuerdo. Tormento psicológico. De acuerdo.
-Bueno, tal vez ésa no sea la expresión exacta. Simplemente, no he visto claro a qué estímulo estabas respondiendo al interpretar la escena.
-Trataba de hacerla como si me acabase de golpear una puerta en la cabeza.
-Ya veo. Pero ¿por qué? ¿Qué tiene que ver eso con la situación? –me pregunta.
-No lo sé. He pensado que tal vez funcionase. Espero ansioso cualquier sugerencia.
-Bueno –dice-, es muy simple. Hace veinte años que no ves a tu amigo, entras en la cabaña y descubres que se ha colgado de una viga. Eso no tiene nada que ver con que a uno le caiga una puerta en la cabeza, ¿no te parece?
-Supongo que tienes razón, no sé. Sí, sospecho que estás en lo cierto. Sólo estaba experimentando un poco.
-¡Muy bien! ¡Eso está muy bien! Me encanta la experimentación. Yo también soy un experimentador. Intentemos algo diferente. ¿Estás listo? ¿Está listo todo el mundo? Vamos a intentar una nueva toma.
-Estoy listo –digo.
-¡Muy bien! ¡Cámara! ¡Cámara! ¡Silencio, por favor! ¡Silencio! ¡Vamos allá de nuevo!
En la tercera toma, irrumpo en la cabaña y la puerta se mantiene en sus bisagras; no actúo como si me hubiese golpeado en la cabeza; alzo la mirada hacia el falso cadáver; no sucede nada; me fijo en una radio que hay sobre un banco, me acerco titubeando hacia ella y la enciendo.
-¡Corten! ¡Corten! –grita el director-. Esto tampoco lo entiendo. ¿Qué está sucediendo aquí? ¿Por qué de repente enciendes la radio? No lo cojo.
-No tengo ni idea –le respondo-. Ha sido un impulso.
-¡Bien! ¡Muy bien! Me encantan los impulsos. Así es como me gusta trabajar. Instintivamente. Está muy bien. Intentémoslo de nuevo.
-Pero me acabas de decir que no lo has entendido.
-No, pero resulta muy misterioso. Tiene connotaciones misteriosas. Puede resultar interesante. Se me ocurre una idea. ¿Qué te parece si la radio está encendida cuando irrumpes en la cabaña? Descubres el cadáver y después te acercas a la radio y la apagas. ¿Lo intentamos?
-¿Te refieres a apagarla en lugar de encenderla?
-Exacto –dice-. Eso es. Apagas la radio.
-¿Es lo único que quieres cambiar?
-En efecto. Todo lo demás es perfecto.
-De acuerdo.
En al cuarta toma, irrumpo en la cabaña y descubro el cadáver; la radio está encendida; me dirijo a ella y me quedo contemplándola. La cámara sigue rodando a mis espaldas. La radio sigue encendida.
-¡Corte! ¡Corten! ¿Qué pasa ahora? –dice el director.
-Bueno, sabes, me preguntaba…, trataba de seguir un nuevo impulso.
-¿De qué se trata esta vez?
-Me preguntaba qué tal resultaría si siguiera escuchando la radio durante un rato, después de descubrir el cadáver de mi amigo colgado de la viga.
-Sí, pero ¿cuánto rato? –pregunta-. No podemos quedarnos filmándote de espaldas, sin más. Carece de interés.
-Es verdad, tienes razón.
-Volvemos a empezar. Ya casi lo tenemos. Esto me da buenas vibraciones. Creo que estamos muy, muy cerca.
En la quinta toma, irrumpo en la cabaña; descubro a mi amigo el maniquí; voy directamente hacia la radio encendida y la apago de un manotazo.
-¡Corten! ¡Corten! –ordena el director-. Ahora me parece…, me parece que resulta demasiado automático. Va directamente hacia la radio y la apaga como si no hubiese pasado nada. No hay ninguna razón. Ha perdido todo su misterio.
-Estoy de acuerdo –admito-. He tenido esa sensación desde el principio. Hay una clara falta de misterio.
-Bueno, vamos a intentarlo otra vez. Ahora estamos muy cerca. Lo noto.
En la sexta toma, irrumpo en la cabaña; descubro el cadáver; me quedo paralizado un instante; me dirijo hacia la radio; de nuevo me quedo quieto, y tiro la radio al suelo de un puñetazo. Noqueo a la muy hija de puta.
-¡Corten! ¡Corten! –grita el director-. ¡Perfecto! ¡Perfecto! Ésta es la buena. ¡Positivad ésta! ¡Ha sido perfecto!
3/90 (Paso de Valencia, México)
(Aunque digan “¡Acción!”, eso no significa que tengas que hacer todo. MARLON BRANDO)
Cruzando el paraíso. Sam Shepard (Anagrama)
Último tango en París. Gato Barbieri.
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15 comentarios:
Sé de uno que se lo va a pasar en grande leyendo este post.
Creo que me no podría ser actriz nunca, muchos nervios y angustia.
Y el texto me ha convencido, mejor dedicarse a otra cosa.
Julia March
un blog magnífico!
seguiré tus pasos...
besos.
Hola, Lucía, me encanta Shepard. El fragmento que has elegido describe con mucha gracia un rodaje, aunque a no ser que fuera un actor como Brando o de Niro no creo que el director tuviera tanta paciencia o no supiera lo que quiere trasmitir con la escena.
El escritor también es actor y guionista, así que sabe de qué habla.
Como siempre, muy interesante.
Besos.
Lucía, hija, no dejas de sorprenderme. ¡Mira que eres refinada y exquisita! Tendrías que darme unos cursillos.
Me gusta mucho Sam Shepard , incluso cuando ha hecho películas para mantenerse economicamente para hacer otras cosas.
Además es el hombre más atractivo que conozco.
Y sobre la paciencia de los directores de cine , siempre me acuerdo de aquella respuesta de Billy Wilder , cuandole preguntaron como había sido rodar con la Monroe:
"Sobre la impuntualidad de Marilyn debo decir que tengo una vieja tía en Viena que estaría en el plató cada mañana a las seis y sería capaz de recitar los diálogos incluso al revés. Pero, ¿quién querría verla?... Además, mientras esperamos a Marilyn Monroe todo el equipo, no perdemos totalmente el tiempo... Yo, sin ir más lejos, tuve la oportunidad de leer Guerra y Paz y Los miserables."
Hey! leo la descripción de tu perfil, y la descripción de tu personalidad me pone frente a un espejo ¿cómo hacemos para conocernos??
Un abrazo a la distancia
Me lo he pasado en grande leyendo este post (sí, debo ser yo). Las otras "actuaciones" en los platós de Brando han alcanzado ya cotas de leyenda (y su actuación como director en "El rostro impenetrable"). Pero para mí, sigue siendo el número uno.
Pedazo de post el de hoy, Lucía, enhorabuena, estoy emocionado.
Ah, y también el comentario de MK, recordado la célebre anécdota de Wilder, fantástico siempre Wilder.
Besos.
qué bueno, me lo he pasado en grande... un saludo!!!
Lo que me gusta de Shepard en sus relatos son esas crónicas de individuos que arrastras como pueden sus historias rotas.Crónicas de motel.Personajes ambiguos que se balancean entre imaginarios pasados heróicos y acerbas realidades por un país de cowboys inquietos e inquietantes, de hamburgueserías y gasolineras en medio de la nada,una América que es puro paisaje fronterizo,más allá del cual no hay adónde ir,o adónde huir.
Con todos estos componentes y el tema musical añanido es extraordinario.¿Has leído El gran sueño americano?Es el último libro publicado de Shepard.Sus relatos son fantásticos.La última película de Wenders-Shepard;Llamando a las puertas del cielo con el autor como actor me gusta mucho.
Besos.
Ja,ja..la vida es puro teatro..acción!..cuida que nos ruedan a nosotros..besos
Julia, yo tampoco valdría para actriz, se me da fatal mentir.
Cuchhhi, gracias.
Tesa, el actor creo que era él así que merecía la pena tener paciencia.
Noemí, las monjas hicieron milagros conmigo.
MK, a mi también me gusta el Shepard, me parece muy atractivo e interesante. El comentario de Mr. Wilder es buenísimo.
Ventrílocuo, allá vamos.
Alfredo, ya sabía yo que a ti te iba a gustar.
Ordet, es un relato muy divertido.
Francisco, sólo he leído este libro de relatos, lleno de historias como las que tan bien describes. A mi también me resultan muy interesantes. La película, a mi pesar, no la he visto.
Fernando, todos somos comparsas.
Abrazos.
para mí el regalo fue el gato, tocando uno de los temas que me gustaría ilustraran musicalmente mi vida.
lucía, aunque mi blog está aparcado, sigo disfrutando del tuyo, rabia no poder oír los temas desde la biblio... ah, ordet es un pseudónimo (la gran película de dreyer) y en fin, a partir de ahora te dejo comentarios como samuel, un saludo
San Sheppard es uno de los tipos más sexys de este planeta. Único desde el lirismo feroz de sus historias y único desde la sobriedad del que sabe contar historias. Hace poco releí "Historias de motel" de Anagrama y pude corroborar que todo es tangible, divertido y altamente inteligente en sus historias.
Un abrazo.
Sí, yo también quiero unos cursillos de belleza y exquisitez para adornar mi cuchitril.
Y también me he diviertido.
Un beso, exquisita.
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