Lucía se empeñó en perseguirnos de tal manera que nos vimos obligados a huir. Era una chica musculosa, extraordinariamente alta para ser italiana. Olía siempre a aceite, a freiduría, y dirigía una banda de delincuentes juveniles, muchachos y muchachas desplazados, que se habían asentado en el Norte para realizar su campaña veneciana. Algunos de ellos resultaban simpáticos y agradables, aunque vendiesen cigarrillos que contenían más heno que tabaco y no perdiesen la oportunidad de estafar al primero que solicitase cambio de su moneda extranjera. Nuestro contacto con Lucía comenzó un día en la plaza de San Marcos. Se acercó a nosotros y nos pidió un cigarrillo. D., cuyo corazón ignora que nosotros marcamos el valor del oro, le regaló un paquete entero de Chesterfield. Nunca había visto, a partir de entonces, una mayor identificación entre dos seres. Al principio, la cosa resultó agradable; Lucía nos acompañaba a dondequiera que fuésemos y nos hacía partícipes de su sabiduría local y de su protección. Pero, con frecuencia, nos encontrábamos envueltos en situaciones violentas; entre otras cosas, nos veíamos expulsados de todas las tiendas elegantes, debido al tremendo regateo que la muchacha entablaba con los propietarios; por otra parte, se mostraba en exceso celosa de nuestra amistad y nos resultaba prácticamente imposible entablar relaciones con ninguna otra persona; en cierta ocasión, nos encontramos en la plaza con una joven inofensiva y respetable, que desde Milán había viajado con nosotros en el mismo vagón.
-¡Atención! -gritó Lucía con su voz ronca y potente. -¡Atención!
E inmediatamente pretendió convencernos de que la pobre chica era una mujer de pasado infame y de futuro vergonzoso. Otro día, D. regaló un reloj de un dólar a unos de los chicos de la banda que se había encaprichado con el objeto. Lucía se puso furiosa. Al día siguiente, nos dimos cuenta de que el reloj colgaba de su cuello por una cuerda; nos informó que su compañero había tenido que salir la noche anterior hacia Trieste.
Lucía tenía costumbre de aparecer en nuestro hotel siempre que le daba la gana (nosotros nunca logramos averiguar dónde vivía); a pesar de sus dieciséis años, se aposentaba en nuestra habitación y se bebía ella sola una botella de Strega, fumaba todos los cigarrillos que tenía a mano y después se dormía profundamente. Cuando estaba dormida su cara adoptaba una expresión infantil. Pero cierto día, que prefiero no recordar, el conserje la detuvo en el vestíbulo y la informó de que no podía subir más a nuestra habitación. Era, dijo, un escándalo intolerable, Lucía reunió a una docena de sus más leales y brutos camaradas y estableció un cerco al hotel que, para romperlo, fue necesario acudir a la ayuda de los carabinieri.
A Europa. Color local. Truman capote. Editorial La botella errante.
Fotografía de Truman Capote perteneciente al New York Times.
21 comentarios:
y o dejo, por supuesto...
esa foto, desconocida para mí, de truman, y el relato sobre la otra lucía de italia...tu otro yo o tú misma? gracias
orense, oviedo, o...
Cacho de pan, a la segunda no está nada mal: Oviedo.
El post de hoy es una broma, (espero que alguien lo descubra), porque no parezco en nada a ella.
Besos
Felicidades Lucia que hoy es tu santo ,me lo ha dicho antonio...creo que es santa lucía. Unbesazo.
Muchas gracias Wodehouse, esa era la broma del post.
Besos.
Que bien escribía Capote! Nunca me regalaron un paquete de cigarrillos, jamás.
Felicidades por tu santo
beso
A
¡felicidades Lucía! Es una buena manera de celebrarlo,y muy inteligente,con Capote como cómplice.Si no fuera por la distancia te invitaria a desayunar en Tiffany's.
Muchos besos.
Gracias Ajenjo, creo que a mí tampoco me regalaron nunca un paquete de cigarrillos.
Gracias Francisco, que pena que estemos tan lejos, hubría sido un desayuno estupendo.
Besos.
Oviedo sólo hay uno. Y si me apuras, Lucía también. Aunque el amigo Capote hable de otras...
Por cierto, en mi trabajo hay un tipo que se fumó unos porros con Capote hace la tira de años... Quizá hable de él pero sin dar nombres, que me echan...
Besos.
Muchas felicidades. No en vano tu onomástica es la de la vista, y yo siempre digo que siempre estás presta con tu telescopio para sorprendernos. Besos.
Felicita a Lucía de mi parte.
Un relato bonito y fresco.
Un abrazo Lucía
ana
Anímate Alfredo y cuéntanos esa historia, seguro que es muy interesante.
Gracias Juan Manuel, se hace lo se puede.
Gracias Ana, la felicito de tu parte.
Besos para tod@s.
FelicidadEs.
besos
Gracias, Antonio.
Besos.
interesante relato Lucía..
llegue aqui de paso y bueno q bonito es felicitar..hoy fui felicitada y me sienta bien devolverte un poko de felicidad.
saludos Lucía de Lucía
Muchas felicidades, Lu. Y gracias.
Besos.
Yo creo que a Capote lo han medio distorsionado las últimas adaptaciones de su vida al cine. Quedan sus libros.
¡¡¡Cuántas Lucías en la red!!!
Saludos de la Comanadante General a mis tocayitas.
La autora del blog, lu y la niña del relato.
Me persigue, me acosa Capote, por todos lados, últimamente. Yo también tenía alguna cosilla suya por ahí para publicar.
Con todo, es un lujo que el mismísimo Truman te felicite el santo. Yo también te felicito, con un poquín de retraso.
También he estado en la feria de tu nombre en Barcelona.
(no consigo dejar comentario en Seurat) qué maravilla esos bocetos, siempre me han fascinado los tanteos y pasos previos, los bocetos, el carboncillo, las cosas a medio hacer, con esa magia de lo inacabado, de lo que puede completar la imaginación, lo que puede crecer y crecer todavía... Una vez más qué suerte que compartas tantas cosas maravillosas que descubres y conoces. Saludos
La sombra de Truman, siempre tan alargada...
Hola Lucía, ¿encontraste a tu negativo? ¿O acaso tenéis algo en común?
Saludos desde el Mediterráneo.
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