Un hecho luctuoso sucedido en Chicago el pasado día seis ha cambiado estos días la luminosa primavera en una oscura y tormentosa noche. Ese día murió de un infarto a los setenta años el armonicista de la música de blues Carey Bell. A pesar de que una se va endureciendo por la costumbre de leer necrológicas de estos los mayores representantes de la música de blues, me afecta ver desaparecer a cada uno de ellos. Desde que un lejano día en un supermercado rebuscando en un cajón de saldos encontré una casete de un músico de Louisiana llamado Profesor Longhair (“Rock’n’ roll gumbo”, reeditado hace tres años por Universal) la música de blues me ha acompañado siempre. A la hora de hablar de esta música me asaltan los tópicos más selectos, pero es inevitable decir que es poseedora del epíteto “autenticidad” en régimen de propiedad, y sus músicos comparten el calificativo de artistas con el de trabajadores de la música; era cosa común entre los que podían, y hasta el último día de su vida, hacer más de doscientos conciertos al año. La música de blues nació en el delta del Misisipí a finales del siglo XIX y se extendió rápidamente en barco y tren a toda Norteamérica con las migraciones por causas económicas. A pesar de la influencia definitiva sobre toda la música norteamericana, son una minoría los artistas que salieron del círculo de la música exclusivamente para afro-americanos y consiguieron renombre y fortuna. Fue en los años sesenta gracias al reconocimiento de los jóvenes músicos europeos cuando muchos encontraron en el viejo continente un tardío éxito. De estos músicos podemos decir que no admiten imitadores, sus vidas no eran simplemente una cuestión de whisky barato y drogas, no eran íntegros ciudadanos, ni un dechado de virtudes, no eran ejemplo de nada, simplemente vivían y se expresaban con esta música fundamental.
Esta triste noticia ha sacado ha relucir otro sucedido que estaba refugiado en algún alejado rincón de mi memoria. El pasado mes de febrero adquirió la condición de jubilado Jorge Muñoz, conocido como “el Maki”, encargado durante muchos años del programa de Radio Nacional de España, Radio 3, “Tren 3”. Si tenemos en cuenta que lo empecé a escuchar casi a la vez que empezaba a caminar, se comprende que ahora tenga alucinaciones imaginándolo en una playa por Florida con una camisa de flores.
Dirás, ya sé, que es lamentarse al cuete
y tendrás la razón más objetiva.
Pero no es para vos que escribo este prosema,
lo hago pensando en el que arrima el hombro
mientras se acuerda de Rubén Darío
o silba un blues de Big Bill Broonzy.
"Adele". Julio Cortázar, Salvo el crepúsculo
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7 comentarios:
Si no lo tengo mal entendido, creo que del blues y del jazz se desprenden todos los estilos de música popular, llamada "moderna", empezando por el rock. Quizá los bluesmen hicieron más por eliminar la segregación racial en América que cualquier ley de Kennedy.
Saludos.
Si tienes razón, sin el blues el rock no existiría. Pero ¿tú crees que ya se acabó la segregación racial?
Ni mucho menos, la segregación racial sigue existiendo, y sin necesidad de irse a Estados Unidos...
Enhorabuena por tu blog, Lucía.
Muchas gracias.
Pues evidentemente, no, tienes razón, aunque ahora se revista de economía y se disfrace con política...
Saludos
A mí me gusta el blues, pero no puedo con el jazz. ¿Es grave lo mío? ¿Tiene remedio?
No es grave y yo creo que tiene remedio, si te sirve de consuelo yo con el free jazz no tengo muy buena relación.
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